La inflación es un fenómeno habitual en la economía, caracterizado por el aumento sostenido del precio de los bienes y servicios existentes en el mercado y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de la moneda de un país. Cuando la tasa de inflación se dispara y supera el 50 % mensual se dice que un país entra en hiperinflación, lo cual general un círculo vicioso de aumento desmesurado de los precios y pérdida total del valor de una moneda, con desastrosas consecuencias para el poder adquisitivo de los particulares. Uno de los procesos de hiperinflación más conocidos es el de la Alemania de 1922-23, pero otras muchas economías han pasado por este trance en diferentes momentos históricos: Grecia en 1944, Hungría en 1946, gran parte de Iberoamérica en la década de 1980, Yugoslavia en 1993… y más recientemente Zimbabue.
Seguramente, el billete de mayor facial de la Historia. ¿Cómo se llegó a esto?
Las causas de la hiperinflación pueden ser diversas pero por lo general se materializa de forma tangible cuando un gobierno recurre a la emisión masiva de papel moneda para financiar su déficit. Esta emisión no se corresponde con un crecimiento acorde en la producción de bienes y servicios, resultando en un desequilibrio entre la oferta y la demanda de efectivo y la consiguiente pérdida de confianza en la moneda. Dicho de otro modo, el país tiene de repente tanto circulante que su valor se reduce a la mínima expresión y los precios suben de forma astronómica. Es habitual achacar el proceso hiperinflacionario a una mala gestión, pero lo cierto es que muchas veces las circunstancias no dejan mucho margen de maniobra; de hecho, la hiperinflación se liga siempre a economías de guerra o situaciones de gran inestabilidad política y social. El caso de Zimbabue de los años 2007-2008 es uno de los más recientes en este sentido, de hecho tiene el dudoso honor de protagonizar la primera hiperinflación del siglo XXI.
Las imágenes que ilustran este artículo hablan por sí solas: el valor facial de sus billetes alcanzó nada menos que los 100 trillones de dólares, es decir, 100 seguido de 12 ceros.
Antes de continuar, es necesario aclarar que la acepción que muchos países tienen de billones y trillones es distinta a la que tenemos en España. En la tradición anglosajona, un billón (billion en inglés) equivale a mil millones (es decir, 1 seguido de 9 ceros), mientras que un trillón (trillion en inglés) equivale a 1 millón de millones (1 seguido de 12 ceros). Para nosotros, un billón equivale a 1 millón de millones (el trillion anglosajón) mientras que un trillón asciende nada menos que a 1 millón de billones, o lo que es lo mismo, 1 seguido de 18 ceros. Los trillones de dólares de las imágenes de este artículo se enmarcan por tanto dentro de la acepción anglosajona, lo que atenúa ligeramente la magnitud de su valor facial.
Enero de 2008: la espiral hiperinflacionaria es notoria
Los verdaderos problemas económicos llegaron a Zimbabue a finales de la década de 1990. Hasta entonces, este país había conseguido una relativa estabilidad económica gracias en gran parte a sus abundantes recursos agrícolas. No obstante, su producción se vio sensiblemente reducida a causa de una temporada de sequías, a lo que hubo que añadir la desastrosa política de redistribución forzosa de tierras llevada a cabo por el sempiterno presidente (léase autócrata) Robert Mugabe. Al mismo tiempo, los gobiernos de la época aumentaron sensiblemente el gasto público (tanto en políticas sociales como en intervenciones en diferentes conflictos de la zona), lo cual llevó a un inevitable aumento de la deuda del país. Al encontrar resistencia al aumento de impuestos para cubrir los cada vez mayores gastos, el gobierno de Zimbabue optó por la vía fácil y rápida: la impresión de dinero. De esta manera se juntaron los ingredientes básicos que dan lugar a una hiperinflación: tejido productivo dañado, gasto público incontrolado, deuda alta e impresión desmedida de dinero.
Marzo de 2007 marcó el inicio de esta inflación desbocada, que no se detuvo hasta la desaparición misma del dólar de Zimbabue dos años después. La peor consecuencia, como ocurre en estos casos, fue el empobrecimiento general de la población, que veía cómo los precios se doblaban prácticamente a diario, y sus escasos ahorros se evaporaban. Así, los zimbabuenses no tardaron en recurrir a la moneda extranjera (sobre todo el dólar norteamericano y el rand surafricano) e incluso el trueque antes que su propio dólar. Una de las imágenes más ilustrativas de esta situación es la de un cartel de unos baños públicos en el que podía leerse en inglés: “Únicamente está permitido utilizar papel higiénico en este servicio. Prohibido el uso de cartón, tela, periódicos o dólares de Zimbabue”.
A mediados de 2008, la hiperinflación se encontraba fuera de control
Las autoridades decidieron poner coto a esta subida descontrolada de precios recurriendo al clásico manual de medidas desesperadas y previsibles para hiperinflaciones, por ejemplo, fijando por ley límites de precios. El resultado, por supuesto, fue un completo desastre ya que tanto productores como comerciantes se negaron a proveer artículos de primera necesidad ante el temor de incurrir en pérdidas económicas. Así, durante este tiempo, las imágenes de supermercados y tiendas vacías se hicieron tristemente familiares en todo el país.
Poco después de que las emisiones alcanzaran sus valores faciales más altos (10, 20, 50 y 100 trillones de dólares) en Febrero de 2009 se intentó revalorizar la moneda a través del Nuevo Dólar de Zimbabue, que venía a ser lo mismo que el antiguo dólar pero con doce ceros menos, de tal manera que 1 trillón de dólares pasaba a equivaler a un nuevo dólar, pero ya era tarde: la moneda nacional estaba hundida en el descrédito más absoluto y la dolarización (de dólares norteamericanos, se entiende) era un hecho. Entre 2009 y 2019 Zimbabue no tuvo moneda propia, pero se convirtió en una especie de crisol monetario al permitir la circulación simultánea de dólares USA y rand surafricanos principalmente, pero también de otras conocidas divisas como el euro, la libra esterlina, la rupia india o el yuan chino.
A finales de 2008 se emitieron las denominaciones más altas. Poco tiempo después, el dólar de Zimbabue dejaba de existir.
La hiperinflación de Zimbabue alcanzó en su punto más álgido (Noviembre de 2008) una tasa mensual de 79.600 millones %, lo que se tradujo en que los precios podían duplicarse en apenas 24 horas. Una barra de pan costaba lo que se pagaba por varios coches nuevos unos años antes y lo que se pagaba por la tarde por un billete de autobús era distinto de lo que se había pagado por la mañana. No es extraño por tanto que los zimbabuenses tardaran 10 años en retomar la idea de una moneda propia. En 2019 se introdujo un nuevo dólar con el curioso calificativo de RTGS (Real Time Gross Settlement o Sistema de Liquidación Bruta en Tiempo Real) que terminó corriendo una suerte parecida, aunque en ningún caso alcanzó los records de devaluación de su inmediato predecesor.
Muchos coleccionistas de notafilia no pueden evitar sentir cierta fascinación por los billetes de hiperinflación, pues muestran de forma muy cruda los efectos que una crisis económica puede tener sobre el valor del dinero y el poder adquisitivo de las personas. El dólar de Zimbabue, una moneda que dejó de existir precisamente como consecuencia de la primera hiperinflación del siglo XXI, es paradigmático en este sentido, lo que añade sin duda un plus de interés en el mundo del coleccionismo.
Hyperinflation in Zimbabwe (Federal Reserve Bank of Dallas, Globalization and Monetary Policy Institute 2011 Annual Report)
https://gdsnet.org/ZimbabweHyperInflationDallasFed.pdf