La gente anda revuelta. Todo el mundo habla de lo mismo. Hace unos días llegaron al pueblo unos ilusionistas, tahúres, magos… que han hipnotizado a chicos y grandes con sus juegos de cartas y con sus cubiletes. Incluso, hacen saltar a un perro por un aro. Dicen que hay vecinos que se han llevado un buen pellizco encontrando la bolita en el vaso correcto, pero nadie lo puede confirmar.
En realidad, aún no han descubierto que, lejos de ser los Tamariz del siglo XVI, los protagonistas de esta obra pictórica de El Bosco son simples charlatanes que juegan con la buena fe de las personas. Sólo hay que ver al personaje de primer plano. Intrigado en lo que ocurre sobre la mesa del prestidigitador, está a punto de perder las monedas que guarda en su bolsa. Parece un hombre, pero hay quien ve a una mujer de mediana edad, por la llave que le cuelga de la ropa, un atributo típico de las amas de casa de la época. En cualquier caso, hasta los niños se mofan de él.
Este cuadro, fechado en torno a 1475, aunque estudios posteriores la retrasan hasta 1502, es una obra de formación de Jheronimus van Aken El Bosco. De momento, no aparecen los demonios y criaturas surrealistas que caracterizarán sus pinturas de madurez, pero sí que en “El Charlatán” o ”El prestidigitador y el ratero”, como también es conocido, hay todo un catálogo de símbolos y enseñanzas que el genio de Balduque no perderá hasta su muerte en 1516. En esta ocasión, con sus pinceles lanza una denuncia contra la ingenua credulidad de sus contemporáneos.
Existen hasta cinco versiones de la obra, así como un grabado. En general, los especialistas tienden a considerar el cuadro que aquí vemos, que se encuentra en el pequeño Museo Municipal de Saint-Germain-en-Laye, cerca de París, como la original de la serie, pese a que no está firmada. Y aunque en nuestra pintura no hay ninguna advertencia escrita, en el grabado se puede leer un aviso: “Hay muchos estafadores que, ayudándose de trucos de magia, hacen que la gente escupa cosas extraordinarias. No te fíes de ellos pues ‘cuando hayas perdido la bolsa, te arrepentirás de ello’”.
En un espacio cerrado, el centro de la escena lo ocupa una mesa con cubiletes, bolas, una varita mágica y una rana, que bien habría podido salir de la boca del ingenuo personaje inclinado. A un lado, el charlatán ataviado con un gran sombrero de copa, típico de los nobles borgoños de la época, como también vemos en el “Matrimonio de Arnolfini”, de van Eyck, pero que en este caso, el mago usa para disfrazar su pícara acción con un aire de falsa nobleza. A pesar de ser un parlanchín, no abre la boca y ejerce todo su poder embaucador a través de unos ojos que anticipan la hipnosis.
Al otro lado de la escena, un ladrón roba la bolsa del dinero de nuestro cándido protagonista. No se ven las monedas, pero bien podría contener monedas de oro y plata como rijder, leeuw, groots o toisiones. El malhechor viste un hábito muy parecido al de los dominicos, una orden muy controvertida en los Países Bajos de la época. Quizás, por ello, El Bosco quisiera denunciar como el charlatán (la herejía, la brujería) y el falso monje (la Inquisición) se nutren del pecado para subsistir.
A partir de aquí, un sinfín de elementos simbólicos que transforman lo anecdótico de la imagen en un complejo mensaje moralizante. En el cesto de un charlatán hay un animal que bien pudiera ser una lechuza (ave de la sabiduría, pero también de los vuelos nocturnos junto con las brujas) o un macaco (animal de la astucia, la envidia, la lascivia…). Para muchos padres de la iglesia, la rana era un bicho más propio del Diablo y de los herejes, aunque también hace referencia a los alquimistas, que las usaban como materia primera.
El Bosco conocía tanto el lenguaje de la alquimia y la astrología (en la esquina superior izquierda se puede ver la unión de la Luna y el Sol) como el del tarot. De hecho, varios de los personajes que contemplan la escena están presentes en estas cartas que desde el antiguo Egipto servían tanto para jugar como para adivinar el futuro. De hecho, en la baraja del tarot se encuentra la carta del ilusionista que es una prefiguración de nuestro cuadro, pues aparece un mago vestido de rojo detrás de una mesa que tiene varitas, cubiletes y bolos.
Cuentan que los tahúres del cuadro salieron del pueblo antes de que los vecinos se dieran cuenta de las trampas. Pero siguieron de villa en villa y de siglo en siglo, y aunque El Bosco advirtiera de su peligro allá por el siglo XV, quizás no sea difícil encontrar charlatanes similares en pleno siglo XXI.
“El Charlatán”. Entre 1475 y 1502. El Bosco. Óleo sobre tabla. 53 cm × 65 cm. Museo Municipal de Saint-Germain-en-Laye (Francia).