El otoño está a la vuelta de la esquina, pero aún quedan días de buen tiempo para salir al campo y disfrutar del sol, de una buena comida con amigos y terminar la jornada con una partida de cartas. Habrá que apostar algunas monedas, ¿no? Eso siempre da más emoción al juego. Por cierto, no te olvides de la capa. Aún el sol puede calentar y será bueno buscar la sombra entre los árboles.
Sin embargo, hay algo desconcertante en estos tres personajes que se han unido al grupo y que dicen ser amigos del majo que viste de amarillo. Nadie del resto los conoce, pero no han parado de cuchichear y de reír. Parece que entre ellos hay demasiada confianza.
De una manera tan natural como la escena que se nos presenta ante los ojos, Francisco de Goya nos hace testigos del engaño a que están siendo sometidos el hombre de la derecha y el del frente. Los tres truhanes de antes, mediante señas, han conseguido que el majo que da la espalda a los espectadores tenga el sombrero lleno de monedas de oro y de plata. Una jugada perfecta. Habrá que ver cómo se reparten el botín después.
Este óleo que se exhibe en el Museo del Prado desde 1870 es uno de los cartones para tapiz que Goya realizó para decorar el comedor de los Príncipes de Asturias (el futuro Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma) en el Palacio de El Pardo. Toda la serie constaba de diez tapices de asuntos campestres, como por ejemplo, “La Cometa” y “Los Niños inflando una vejiga”. Fue realizado entre agosto de 1777 y enero de 1778 y percibió por la obra 5.000 reales.
El genio aragonés renuncia a la teatralidad y se convierte en un pintor único capaz de retratar el ambiente de su tiempo, la España de finales del siglo XVIII, con el mayor naturalismo posible. El paisaje, los personajes, sus gestos individualizados y ropajes se conjugan de una manera perfecta y nada artificiosa en la superficie del lienzo.
Pese a esta sobresaliente naturalidad, Goya ha estudiado perfectamente la composición de la obra. Las figuras se sitúan en el centro de la imagen formando una pirámide y lo envuelve todo una atmósfera de colores en la que destacan los efectos lumínicos provocados por el sol y la sombra que proyectan los árboles y la capa. Todo ello permite, gracias a la pincelada suelta que emplea, que los personajes y el paisaje destaquen por su vivo colorido.
La imagen del hombre tramposo en la iconografía del siglo XVIII era bastante habitual, pero Goya en esta ocasión la interpreta bajo el tamiz de su genio para convertirla en una escena costumbrista con los majos como protagonistas. En la cabeza de Goya quizás brotara la obra “Jugadores de cartas” que realizó Caravaggio en 1595. Hay autores que interpretan las monedas y las cartas presentes en esta obra como un símbolo del paso del tiempo, habitual en las clásicas vanitas.
La tarde avanza. Los días ya no son tan largos como en pleno verano. Es hora de recoger la capa y volver a casa. Hay quien lo hace con los bolsillos llenos y aunque todos se emplazan para otra tarde de campo y cartas, sabemos de dos de nuestros amigos que no volverán a apostar tan fácilmente.
“Jugadores de naipes” (1777-1778), por Francisco de Goya Óleo sobre lienzo, 270 x 167 cm. Museo del Prado, Madrid.