Unos clavos, una esponja pringada en hiel y vinagre, una antorcha, una escalera, una palangana… Un puñado de monedas. Pocas veces, unos objetos tan banales fueron tan decisivos como para cambiar para siempre el rumbo de la Historia. Es el relato de una traición que convirtió en Dios al hijo de un carpintero y cuya muerte, más de 2.000 años después, estos días gran parte de los creyentes conmemora y todo el Mundo recuerda.
Desde la Última Cena hasta la Resurrección, la pasión y muerte de Cristo es uno de los temas más representados en la Historia del Arte, como por ejemplo, esta tabla que conserva la Galería de la Academia de Florencia.
Nacido con el nombre Piero di Giovanni, Lorenzo Monaco (1365-1426) combinó su vida monacal con los pinceles en una Florencia que respiraba aún la atmósfera del gótico, pero en la que aparecían destellos de un nuevo sentir que conduciría a la ciudad italiana hasta el Renacimiento.
Esa mezcla de tradiciones y sensibilidades se hace sentir en esta Piedad con los instrumentos de la pasión o Cristo Varón de Dolores, en la que Monaco volcó toda su devoción. Realizada en 1404, la pintura se inscribe en el gótico internacional con sus característicos dorados, la disposición más simbólica que realista de los elementos y el ritmo sinuoso de las figuras. Sin embargo, hay aspectos que confirman que el pintor no era ajeno a las novedades de la época y no duda en mostrarse como heredero de la obra de Giotto: se interesa por la anatomía y el volumen de los personajes, y en la arquitectura y decoración del sepulcro y en la disposición del bodegón de primer plano con los ungüentos hay un claro interés por la perspectiva. El relevo de Monaco, ya en clave renacentista, lo tomó Fray Angélico.
Sobre un fondo dorado, el protagonismo de la escena lo ocupa una equilibrada Piedad con el cuerpo de Cristo como eje central que se prolonga en la Cruz con la que por momentos se confunde. María y San Juan se sitúan a los lados y cierran la tabla a modo de un paréntesis sagrado que continúa hacia arriba en la escalera con la que descendieron a Jesús y en la que se ve la túnica sagrada y la columna donde el Nazareno fue azotado.
En el plano superior del cuadro y en un lenguaje más claramente medieval se distribuyen algunos de los instrumentos más importantes de la Pasión, también conocidos como Arma Christi. Completan la pintura dos imágenes que formaron parte de la iconografía cristiana desde sus primeros tiempos. Por una parte, el sol y la luna como símbolos de ese Dios todopoderoso principio y fin de toda la creación. Por otro lado, el pelícano, un ave que desde la Antigüedad se creía que se picoteaba para alimentar con su sangre a sus crías.
Entre los diferentes elementos representados, aparecen, para nuestro interés, el beso con el que Judas señaló al Maestro y las 30 monedas con las que su traición fue recompensada, cuyo detalle aparece en la imagen de portada. En otro artículo, ya quedó explicado que estas piezas más que denarios fueron siclos, moneda circulante en la Palestina de la época. Por lo demás, la cifra 30 la explica el hecho de que la ley establecía en esa cantidad la compensación que debía abonarse por un esclavo muerto.
En la obra de Lorenzo Monaco no hay tensión, sólo una invitación a la piedad ante el hijo del hombre que ya es Dios, con la intención casi didáctica de que todo el mundo, incluida la mayoría aún analfabeta, reconociera los distintos episodios de la Pasión de Cristo. Entre ellos, el engaño de Judas Iscariote, protagonista de una de las traiciones, quizás, más baratas de la Historia.
“Piedad con elementos de la Pasión”, 1404. Temple y oro sobre tabla. 268 cm x 172 cm. Lorenzo Mónaco. Galería de la Academia (Florencia, Italia)