Caravaggio detuvo el tiempo en esta pintura que cuelga de la Capilla Contarelli en la iglesia romana de San Luis de los Franceses. Es un óleo, pero bien podría ser una escena de teatro congelada sobre el escenario. Puro dramatismo en el momento álgido de la historia: «Jesús vio un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme’, y Mateo se levantó y le siguió» (Evangelio de San Mateo 9:9). Es más, 300 años antes de que los Hermanos Lumière desarrollaran el cinematógrafo, el genio atormentado de Caravaggio transformó este capítulo de la historia sagrada en un auténtico fotograma del cine negro. Donde no hay luz, sólo hay sitio para las tinieblas.
La luz, los personajes, los objetos dibujan una atmósfera que capta con el mayor realismo posible ese momento en el que Jesús tiene la osadía de reclutar entre sus seguidores a un publicano, es decir, a un recaudador de impuestos de la Antigua Roma. Hasta en pleno siglo XXI la sorpresa por tal elección nos puede parecer cercana. Pocas veces el choque entre lo terrenal y lo divino produjo una imagen tan teatral.
Caravaggio es uno de los primeros artistas de la historia que de manera más cruda plasma sobre el lienzo todas las sombras de una vida personal desordenada y conflictiva. Genio loco, homosexual atormentado, artista violento (fue condenado por el asesinato de un hombre en Roma)… El ‘enfant terrible’ del barroco encuentra la inspiración en aquellos callejones que mejor conocía, donde la realidad respira cruda y sin adornos, la que se bebe en tabernas y tugurios y la que protagonizan vagabundos, borrachos y prostitutas… Casting sin concesiones en la Roma oculta del siglo XVII para hacer presente los misterios de una Religión.
No es difícil suponer que la oficina de recaudación de Mateo, en Cafarnaúm, fuera algo más amable que el mesón donde Caravaggio sitúa la acción y la moda del siglo I era muy diferente a los vestidos contemporáneos de nuestros personajes. Leví, como también se le conoce al futuro evangelista y apóstol, revisa el trabajo del día junto con sus colaboradores mientras cuenta unas monedas sobre la mesa. Es difícil determinar qué piezas ha recaudado durante la jornada, pero parece claro que Caravaggio no perdió tiempo en buscar denarios, siclos o estateros. Sólo necesitaba rebuscar en sus maltrechos bolsillos.
Por sorpresa, entran en la sala Cristo, que bien parece un vagabundo de pies sucios, y San Pedro. La diagonal de luz acentúa la tensión del momento. El diálogo no se oye, pero se escucha: ‘¿Es a mí a quién llamas?’, parece decir Mateo. Las palabras siguen el brazo divino de Jesús, que recuerda al diseño de Miguel Ángel en ‘La creación de Adán’ en la Capilla Sixtina. El resto de los recaudadores se gira asombrados y sólo dos hombres siguen sin inmutarse con la tarea de contar monedas. No ven, o no quieren ver la luz verdadera procedente de Jesucristo.
La Iglesia católica respondió a la revolución luterana con la Contrarreforma, que fijó su estrategia en el Concilio de Trento (1545-1563). Consciente del poder del arte para divulgar entre el pueblo los dogmas y los episodios más importantes de la Biblia, el Vaticano subrayó la necesidad de contagiar al fiel a través de la emoción de la pintura y de la escultura. Sin embargo, no es de extrañar que la excesiva crudeza de las imágenes de Caravaggio resultaran para muchos de sus contemporáneos ofensivas para la fe, pero nunca renunció a sus principios estéticos y a su manera de concebir el arte: realismo, colores ricos e intensos, teatralidad en las composiciones y sobre todo, el tenebrismo, es decir, el intenso contraste entre luces y sombras. Lo dicho, puro cine negro a la espera de la siguiente secuencia.
“La vocación de San Mateo”, 1599–1600. Óleo sobre lienzo. 3,38 m × 3,48 m. Caravaggio. Iglesia de San Luis de los Franceses (Roma). A la derecha del Altar Mayor.