“Mira qué precios. Todo está carísimo. El conejo, el pollo, la fruta, las verduras… Es imposible comprar. No sé dónde vamos a ir a parar… Y en pocos días llega la Navidad. Seguro que los precios seguirán subiendo…”. La contundencia de esta retahíla de lamentos suena más alta en estas vísperas de las grandes cenas navideñas y no escapa a ningún mercado del país. Pero sus ecos retroceden en el tiempo y viajando y viajando atrás en el tiempo no tardaremos en escucharlos en latín en esa bulliciosa ciudad que era la Roma del siglo I y que ya contaba con más de un millón de habitantes, una cifra de población urbana que no se alcanzará en occidente hasta el Londres de principios del siglo XIX.
Los comerciantes, los vendedores ambulantes, los puestos de mil y un productos formaban parte del paisaje habitual no sólo de la capital romana, sino de las principales ciudades del Imperio. Entre esas escenas y nuestros mercados o mercadillos callejeros sólo hay 2.000 años de diferencia, la esencia es la misma, pero antes se pagaba en denarios y ahora en euros. Séneca se quejaba, por ejemplo, del ruido que producían los vendedores que plantaban su puesto cerca de la casa de baños debajo de su apartamento y describe el ruido “de los pasteleros con sus variados gritos y del comerciante de salchichas (sí, esto también lo inventaron los romanos)”.
Son muchos los relieves y pinturas que muestran el ritmo agitado de estos mercados en Roma. Por ejemplo, nos fijamos en este pequeño relieve en mármol del siglo II a.C. del Museo de Ostia, la ciudad portuaria de la antigua Roma, a unos 30 kilómetros de la capital. En él, a una mujer parada detrás de un puesto con jaulas donde parece haber gallinas y liebres. Sobre la madera hay dos cuencos de fruta, donde se pueden ver higos, y un gran barril con caracoles, uno de los productos favoritos de los romanos. Llama la atención la presencia de dos monos. No era raro que los vendedores ambulantes usaran estos animales como elemento de atracción y diversión para los clientes. En la parte izquierda del relieve, podemos ver otros personajes que negocian con lo que parecen ser pollos.
Estos puestos se instalaban a lo largo de todo el año, pero eran especialmente bulliciosos y alegres en diciembre. Nuestros queridos mercados navideños, tan populares en todos los rincones de España y de Europa, también hunden sus raíces en el gran Imperio romano. Hacia finales de año, los romanos celebraban la fiesta de las Saturnales en honor al dios Saturno. Para muchos, las mejores celebraciones del calendario: los romanos vestían de manera más informal, se disfrutaban jornadas enteras entre comida y bebida, se permitía cierta libertad a los esclavos y los amigos y familiares se intercambiaban regalos. Es más, en el contexto festivo de las ciudades, los adultos incluían a los niños en las celebraciones dándoles algunas monedas con las que comprar golosinas.
Y podemos seguir con las comparaciones entre el ayer y hoy del comercio navideño en el Mediterráneo. Los ciudadanos más adinerados que quisieran una mejor calidad de producto para impresionar a sus invitados, podían visitar el macellum, un mercado de alimentos de lujo. Aquí se subastaban piezas de calidad al mejor postor. Por crónicas sabemos, por ejemplos, que pescados tan preciados como los salmonetes podrían alcanzar precios tan increíblemente altos, que no muy lejos de estos mercados se situaban los bancos para negociar préstamos. En estos lugares ‘gourmet‘ también se podía comprar rica carne recién sacrificada, pájaros cantores y los siempre apreciados caracoles.
Decidamos ya la compra, por si los precios siguen subiendo. Han pasado 2.000 años desde este puesto de Ostia que hemos recorrido hoy, pero la escena que quedó grabada en mármol para la posteridad se parece a las que vemos cada día en cualquier mercado actual. FELIZ NAVIDAD PARA TODOS.
Relieve de mármol de Ostia (Roma). Siglo II a.C. Museo de Ostia Antica