Quién fuera la niña del fondo para disfrutar de una raja de melón a dos carrillos. Ni hola nos ha podido decir cuando hemos llegado. Sus mofletes colorados son tan hipnóticos como la pipa que se le ha pegado en la nariz del chico, algo desastrado, de la derecha. Nos mira fijamente, pero no olvida sumergirse en el frescor del melón que está disfrutando. Parece que el zumo le ha salpicado hasta el brazo y una mosca busca algo de néctar. En la cesta que sostiene vemos uvas, manzanas, nabos y otro melón en el que está posada otra mosca.A la izquierda, un pobre estudiante, quizás con problemas de muelas, paga unas monedas a una vendedora pulcramente vestida. Calabazas y melones, algunos de ellos catados, son los atractivos de este puesto de frutas que ‘fotografió’ el valenciano Jerónimo Jacinto Espinosa (1600-1667), hacia 1650, en una de las pocas escenas costumbristas que dejó el Barroco español, más pendiente de la Monarquía y de la Iglesia.
En este óleo del Museo del Prado, Espinosa, quien tras la muerte de Ribalta se convirtió en el pintor referente de la escena artística valenciana, retrató una escena cotidiana en esa España barroca de Felipe IV que entre validos, guerras, hambres y epidemias empezaba a mostrar los pies de barro sobre los que se sostenía ese imperio en el que no se ponía el sol. Fueron tiempos de estancamiento y crisis económica, donde la Hacienda pública se vio obligada a decretar en varias ocasiones la bancarrota, pues la plata que llegaba de América no era suficiente para satisfacer la deuda acumulada por los gastos acarreaba un imperio tan extenso.
En este marco de crisis económica, la sociedad española vivió un proceso de polarización entre el campesinado, que constituía la mayor parte de la población, y la débil burguesía, y el crecimiento de grupos improductivos como la nobleza y el clero. Así, el golpe más feroz de la crisis lo sufrieron las clases más populares, pues el aumento de los impuestos incrementó la pobreza y la mendicidad. Ya hemos dicho, por ejemplo, como en este pequeño puesto de fruta pedimos vez después de un pobre estudiante, también conocido como capigorrón, y de un desaseado personaje que se cubre con una montera y viste ropa basta y muy desgastada. Aunque se les ve fuertes físicamente, no es difícil pensar que la fruta que han comprado pueda ser su única comida del día.
El esplendor cultural del ‘siglo de oro’ contrasta con una sociedad cada vez más empobrecida y una Monarquía incapaz de resolver los problemas internos y externos. Para saldar el déficit de la balanza de pagos, la Corona comenzó a multiplicar las acuñaciones en vellón cada vez más adulterados (una aleación de plata y de cobre) y cobre… como los maravedíes con los que parece pagar nuestro querido estudiante.
Al interés casi documental de la pintura se le debe sumar el carácter casi excepcional de la temática costumbrista, tanto en el conjunto de la pintura española como en la trayectoria de Jerónimo Jacinto Espinosa, que se dejó llevar por una mayor libertad compositiva y figurativa que las rígidas normas que dictaban los encargos religiosos.
Ya hemos comprado. La muchacha sigue disfrutando de su melón, el joven desarrapado terminó su ración y al pobre estudiante le sigue doliendo la muela y el bolsillo. Es el siglo XVII, pero desgraciadamente, hay escenas que nos parecen muy cercanas.
La obra: “Vendedore4s de fruta”, pintado hacia 1650 por Jerónimo Jacinto espinosa. Óleo sobre lienzo (79,5 x 123 cm.), Museo del Prado. Madrid.