El joven no tiene más de 15 años. Estudia, quizás leyes o medicina, en uno de los liceos más exclusivos de la ciudad. De buena familia, su futuro material está más que asegurado, pero se tiene que formar labrar su propio porvenir acorde con el prestigio de sus progenitores. Se cree el rey del Mundo, sin embargo, el salto al mundo adulto está lleno de sobresaltos, y aunque muchos a esa edad ya conocían ciertos detalles de la calle, tal y como recordaban cronistas de la época: “Estos escolares ya se han contagiado de sífiles incluso antes de que llegar a la lección de Aristóteles“, a la vuelta de la esquina puede rondar la trampa.
Este lienzo que cuelga en el Metropolitan de Nueva York, lo realizó el pintor francés Georges de La Tour (1593-1652) hacia 1630. Maestro del barroco, será conocido por los juegos de luces en sus nocturnos, aunque en este caso fija su atención en una escena picaresca del siglo XVII. Cuatro astutas ladronas están robando a un joven adolescente tan incauto e inocente como rico. La víctima, aunque con ciertas suspicacias, está concentrado en la vieja que le está leyendo la mano a cambio de una moneda, que ocupa el centro de la imagen. Mientras tanto, no se da cuenta de que otras dos muchachas le están robando la bolsa del dinero, al mismo tiempo que la joven de piel clara le está cortando la cadena que sujeta un medallón de oro.
Lo maravilloso de la profesionalidad de esta banda organizada de ladronas es que ni los espectadores nos damos cuenta de los hurtos. Toda nuestra atención, como le ocurre a nuestro pobre protagonista, está centrada en la mano de la vieja quiromántica y el juego de miradas que crea de La Tour entre los actores del lienzo, pues más que cuadro volvemos a la sensación barroca de ser testigos de una escena congelada de teatro.
Aunque el fotograma se detiene en una acción picaresca, La Tour no representa una atmósfera cómica al estilo del Lazarillo, sino que tanto en unos como en otros hay tensión. Los personajes no están sonriendo ni relajados. Ni las ladronas, porque son conscientes del riesgo que entraña su profesión; ni el joven, pues, aunque no sospecha nada acerca del robo, mira fijamente a la vieja para evitar lo que considera una estafa. Además, el jovenzuelo sabe que en esa época acudir a las artes adivinatorias era causa de la excomunión, un castigo imperdonable en la impoluta tradición familiar.
La gitana Preciosa, protagonista de la obra de Cervantes ‘La gitanilla’, de 1613, describe la tradición de leer la mano a cambio de una moneda, pero advierte de que mejor porvenir tendrá el solicitante si paga con plata y oro. “Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son las mejores; y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura…”. Nuestro imberbe mancebo paga con una moneda de oro a la anciana, por lo que pueda pasar…
De este modo, La Tour, añade a la acción costumbrista, una visión moral advirtiendo del peligro de un mundo de maldad donde el hombre se encuentra abandonado en un mundo dominado por la codicia, el egoísmo y las trampas. Es decir, es un aviso a la ingenuidad frente a los males y asechanzas del mundo; a las falsas apariencias, pues en el lienzo, como en la vida, muchas veces muchas veces la altanería, en este caso perfilada en la cara del joven, esconde una mal disimulada inocencia; mientras que la propia inocencia que podría transmitir el grupo de mujeres es, en realidad, astucia.
“La buenaventura”, George de La Tour. Óleo sobre lienzo, 102 x 123 cm. Museo Metropolitano de Nueva York.