Hace ya un tiempo, por esta misma esquina de internet jugueteaba, gracias a los pinceles de Rubens, un pequeño Zeus que hacía la vida imposible a la pobre cabra Amaltea. Pasaron los años, y el futuro rey de los dioses no se conformó con las bellas compañeras que tenía en el Olimpo y no dudó en cotillear más allá de las nubes en busca de atractivas mortales que saciaran sus necesidades más humanas. Pocos dioses han sido más de carne y hueso que los del panteón clásico.
Tiziano (Véneto, 1490 – Venecia, 1576) dejó para la posteridad uno de los cortejos más espectaculares de la mitología. Zeus se encaprichó de la irresistible Dánae, hija del rey de Argos. Pero había un problema. La princesa estaba encerrada en una torre por orden de su padre, pues temía, tal y como presagiaba un terrible oráculo, que uno de los nietos que le diera Dánae acabara con su vida. Temeroso, al rey no se le ocurrió otra cosa que retener a Dánae en una prisión siempre custodiada, donde no podría entrar ningún hombre… Pero no así un dios, y sobre todo si de Zeus se trataba, pues no paraba hasta culminar sus conquistas.
Zeus tiró de magia. A lo David Copperfield se convirtió en eficaz lluvia dorada que se derramó sobre la joven. Huelga decir que en ese primer intento la dejó embarazada. De esta unión nació Perseo, el héroe que terminó por matar a Medusa.
El maestro del Renacimiento veneciano paró el tiempo en este óleo, que cuelga de las paredes del Museo del Prado, justo en el momento en el que Zeus se precipita sobre la mujer. Dánae, tumbada sobre su lecho y completamente desnuda, observa la lluvia que cae sobre ella con actitud serena, y un cachorro enroscado dormita a su lado. Algunos de los elementos de la lluvia parecen monedas de oro, que tratan de ser atrapadas por una vieja criada, quizás la única compañía de Dánae en su cautiverio, por su delantal. En realidad, a la mujer nada le preocupa el acoso a su señora. Sólo quiere atrapar el mayor número de monedas.
Tiziano se centra en la acción de los personajes y parece jugar al despiste a la hora de ubicar el momento. Las tormentosas nubes son un símbolo de Zeus, dios del Rayo, pero están demasiado cerca de las protagonistas como para pensar en un exterior, pero tampoco parece un interior por mucho que aparezcan una cortina y la propia cama. Qué importa. Zeus acaba de firmar una nueva conquista en su historial amatorio.
El maestro veneciano realizó hasta tres versiones de esta obra, aunque, a juicio de los expertos, la obra del Prado es la de mayor calidad técnica. Es un claro ejemplo de la Escuela Veneciana, donde el color siempre tendrá más protagonismo que el dibujo. La pincelada suelta y la gran luminosidad de la acción son otras de las notas características de esta obra maestra. El responsable de su llegada a España fue Velázquez, a quien en 1634 Jerónimo de Villanueva abonó mil ducados por dieciocho pinturas para el adorno del Buen Retiro, entre las que figuraba la Dánae de Tiziano. En esta obra se percibe la influencia de Giorgione en la posición del desnudo, pero la pincelada es mucho más suelta, casi impresionista, lo cual sintoniza con la evolución de Velázquez y ayuda a explicar que eligiese el cuadro para llevárselo al rey Felipe IV.
El insaciable Zeus no paró en sus conquistas. Amplio fue su repertorio amatorio y dejó para la eternidad una larga lista de conquistas y descendientes. Seguro que no es la última vez que el Rey del Rayo aparece por esta esquina de internet.
Dánae recibiendo la lluvia de oro (1560 – 1565), por Tiziano. Óleo sobre lienzo 129,8 x 181,2 cm. Museo del Prado, Madrid.