Que “Hacienda somos todos” es una máxima acuñada no hace mucho tiempo, pero que, a su modo, ya quedó plasmada en los Evangelios cuando Cristo y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm. En esta ciudad, los fariseos, que aparecen como los opositores a Jesús, le preguntan si es correcto pagar los impuestos a los romanos, gobernantes en Palestina. Cristo toma una moneda y pregunta de quién es la imagen que aparece en ella. ‘Del César’, le dicen a Cristo. ‘Dad, pues al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios’ (Mateo 22, Marcos 12 y Lucas 20). Han pasado más de dos mil años desde entonces, pero en estos días nos recuerdan que no queda mucho tiempo antes de que acaben los plazos para dar al ‘César lo que es del César’ (ahora llamado Hacienda).
“El Tributo de la Moneda” es uno de los temas evangélicos menos representados en la Historia del Arte, pero Masaccio (1401-1428) nos dejó para la posteridad una de las obras más deslumbrantes del primer Renacimiento y que aún podemos admirar en la Capilla Brancacci de la iglesia de Santa María del Carmine en Florencia, cuna del Quatroccento.
A pesar de morir, quizás envenenado, muy joven, Masaccio tiene un lugar de honor en la historia del Arte. Su calidad técnica, heredera de Giotto, gran maestreo del Trecento, permitió la revolución de la pintura que hoy conocemos como Renacimiento. La perspectiva, la luz y el volumen, la composición y el tratamiento individualizado del ser humano son elementos fundamentales en una nueva concepción de la pintura que queda perfectamente reflejada en los frescos que hoy visitamos en Florencia.
La capilla Brancacci es una obra plenamente renacentista, pero los ecos del gótico final aún están muy presentes y los podemos oír. En “El Tributo de la Moneda”, Masaccio narra la historia en tres momentos, a modo de tríptico medieval. Además, siguiendo la tradición gótica algunos personajes aparecen representados varias veces. En este caso, San Pedro, protagonista de todo el programa iconográfico de la capilla.
La figura de Jesús marca el eje de la composición, no hay una perspectiva jerárquica marcada por el tamaño de los personajes, pero sí por la posición predominante de Cristo. Con gran sutileza, las manos de Cristo y San Pedro llevan al espectador hasta la figura agachada a la izquierda, junto al mar. Ahí el personaje de Pedro vuelve a aparecer. Es precisamente en ese lugar donde se está produciendo el milagro, pues saca una moneda de un pez.
Por otra parte, la mano del recaudador nos dirige la atención hacia una tercera escena. Esta trascurre a la derecha de la composición, a las puertas de una construcción blanca que nos recuerda el estilo de Brunelleschi. Vemos a San Pedro pagando el tributo con la moneda extraída del pez.
El significado y función de la obra es doble. Por un lado está el componente piadoso de sufragar los frescos de temática religiosa de una capilla por parte de la familia Brancacci; pero, por otra parte hay un componente propagandístico y de prestigio de la propia familia, que debía su fortuna al comercio de la seda; podemos leer un mensaje sobre la importancia del mar como fuente de riqueza, en el caso de los Brancacci no se debería a la pesca, sino al comercio.
Por último, este pasaje, al igual que el versículo Mateo 22, 21 (Le respondieron: “del César”. Jesús les dijo, “den al César lo que es del César y a Dios los que es de Dios”) sirve para recordar las obligaciones de los ciudadanos con el mantenimiento de la república, en este caso la República de Florencia, a través del pago de los impuestos.
Lo dicho, si viajamos en el tiempo 2.000 años, y pensamos no en un fresco de una iglesia si no en la publicidad institucional de cada año; y en vez del lema “al César lo que es del César” escuchamos lo de “Hacienda somos todos”… Nos volvemos a dar cuenta de que, en el fondo, seguimos siendo los mismos que hace dos mil años.
“El tributo de la moneda” (1424-1428), obra de Masaccio. Fresco, 255 cm × 598 cm, Iglesia de Santa María del Carmine (Florencia, Italia)