Hay que reconocer que Zeus ya demostraba maneras desde muy pequeño. Cuenta la mitología griega que, aún siendo niño, el futuro jefe del Olimpo estaba jugando con sus legendarios rayos cuando se le escapó uno de ellos y rompió, sin querer, uno de los cuernos de la cabra Amaltea, la nodriza que crio a Zeus por orden de su madre Rea, quien, temerosa de la voracidad de su marido Cronos al que le gustaba devorar hijos según nacían, escondió al pequeño en el monte Ida bajo custodia de la cabra Amaltea.
Así nació el mito de la cornucopia, o cuerno de la abundancia, pues desde la travesura del pequeño Zeus, el apéndice de la cabra tenía el poder que, a quien lo poseyera, se le concediese todo lo que deseara. Así, no tardó en convertirse en un elemento recurrente en la iconografía de diferentes alegorías y deidades, desde, por ejemplo, la Fortuna a la Alegría; o de la Prudencia o a la Abundancia.
Es en esta última alegoría hacia la que dirige su mirada Pedro Pablo Rubens (1577-1640), en este pequeño óleo no muy conocido y que cuelga del Museo Nacional de Arte Occidental de Tokio. Se estima que lo pintó hacia 1630, y se cree que fue un trabajo preparatorio para un tapiz que formaba pareja con la Justicia (en manos de un particular), también del taller de Rubes.
En la obra, podemos ver una joven mujer según los cánones tan reconocibles de Rubens, que representa la Abundancia, pues de hecho sostiene entre su regazo una cornucopia repleta de frutos, símbolo de la bondad de la naturaleza para la humanidad. Los manjares que brotan del cuerno son recogidos por dos simpáticos puttis hacia quienes la Diosa lanza su mirada. La joven, que luce una bella tiara, pisa con su pie derecho un bolso repleto de monedas. Son los tesoros materiales que contrastan con los tesoros naturales de la cornucopia. Todo ello, con una soberbia naturaleza en la que brilla el dios Sol.
Rubens fue un pintor amigo de exuberancias y plétoras, pero en esta ocasión quiso representar la abundancia en sí, el icono clásico que satisface todos los deseos. Aunque en la mitología romana Abundancia era la diosa de la suerte, tanto de la buena como de la mala, la verdad es que lo más frecuente era asociarla a lo positivo, y por ello es uno de los episodios iconográficos más representados a la largo de la historia del Arte.
Independientemente del carácter alegórico de la obra, Rubens no perdió la ocasión para derramar sobre él toda su técnica y su filosofía pictórica. El movimiento, la rotundidad, la sensualidad… son tan protagonistas de la tela como la propia Abundancia, cuyo vestido azul y rojo contrasta con el resto del paisaje.
Zeus creció y no tardó en dejar el monte Ida para reinar en el monte Olimpo, aunque se dejaba ver, las más de las veces, entre los mortales y, sobre todo, las mortales… Pero eso es otra historia.
“Abundantia”, de Pedro Pablo Rubes (1630), 63,7 x 45,8 centímetros, Óleo sobre tabla. Museo Nacional de Arte Occidental de Tokio.