Son niños, pero la crisis económica del siglo XVII les ha obligado a crecer muy deprisa. Trabajan como hombres, pero en realidad son niños, y siempre que pueden se dejan llevar por el juego. Todos los niños tendrían que jugar. Estudiar y jugar, incluso allá en el duro Barroco español, que tras las luces del esplendor cultural y artístico del siglo de Oro, ocultaba oscuras sombras de un Imperio cada vez más débil.
De la amplia producción pictórica del sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), la veintena larga de cuadros de género que realizó a lo largo de su carrera es uno de los capítulos más emblemáticos de su catálogo junto con su obra religiosa. Centrado principalmente, aunque no exclusivamente, a la temática infantil, Murillo se deja llevar por las escenas amables y optimistas, a pesar de que sus niños son habitualmente mendigos o de familias humildes.
Así parecen indicar, en el cuadro que visitamos hoy, los pobres ropajes y harapos con los que se visten los tres protagonistas de “Niños jugando a los dados”, que cuelga en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania), uno de los museos que atesora un mayor número de murillos fuera de España. Hay autores que consideran que Murillo se inspiró en refranes o relatos de corte picaresco para elaborar este óleo. Sin embargo, la honestidad de su ejecución parece indicar que su intención no era otra que la de retratar con tono amable la alegría de unos niños que juegan felices a pesar de sus limitados recursos.
El trasfondo de ese inocente juego, sin embargo, es el de unos niños que en una pausa de su trabajo de vendedores de fruta y aguadores (en el primer plano se ve un bodegón formado por una canasta de frutas y una vasija de cerámica) se juegan las pocas monedas que han ganado al azar de unos dados. El tema del juego en pintura lo había puesto de moda Caravaggio, pero mientras que el genio maldito de Italia siempre muestra la trampa, Murillo propone la inocencia sin dramatismo.
La escena está bañada por una tenue luz y encuadrada en torno a una arquitectura levemente esbozada. En ella se ven a dos chiquillos que juegan en posiciones encontradas, mientras que un tercer zagal come un mendrugo de pan mientras le mira atento un perro. Los gestos de los muchachos están perfectamente caracterizados, especialmente el que echa los dados cuyo rostro está parcialmente iluminado por la rica y dorada luz. Las tres cabezas de los pequeños forman una diagonal en torno a la cual se estructuran el resto de elementos del óleo. Las figuras están dotadas de volumen con un gran modelado conseguido mediante el juego de luz y sombra especialmente en el niño que se encuentra de pie.
Ya hemos subrayado que el contexto histórico de esta obra es el de una España sumida en una durísima crisis económica a consecuencia, fundamentalmente, de un Imperio que demandaba muchos más gastos que los ingresos que generaba. De hecho, entre los siglos XVI y XVIII la Monarquía Española declaró siete bancarrotas. La más cercana al cuadro de Murillo es la reconocida por Carlos II, el último de los Austrias, en 1666. Pese a todo, el artista sevillano consigue crear una pintura de género sin precedentes, donde el naturalismo de sus pinceles se mezcla con la atención a la psicología infantil.
Una psicología que, pese a las dificultadas de cualquier época o de cualquier momento, hace que los niños siempre quieran sonreír, jugar y soñar… Tal y como ya reflejó Murillo en escenas que, desgraciadamente, siguen muy vigentes en pleno siglo XXI.
“Niños jugando a los dados”, Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1665-1675, óleo sobre lienzo, 140 x 108 cm, Alte Pinakothek de Múnich (Alemania).