“Ésta es nuestra mejor diadema y la última de nuestros almacenes. Toda la aristocracia la quiere lucir en los mejores eventos de la corte de Carlos III. Espero que le guste”. (Ya no sé la de diademas que le hemos sacado a esta buena mujer… A ver si se decide de una vez. Hasta el bebé ya se está impacientando). “¿Le gusta? Es una magnífica elección. Será la envidia de sus amigas. Ahora mismo se la envuelvo“.
Retrocedemos hasta el Madrid de la Ilustración, en el trono está Carlos III quien en las calles ya es conocido como el ‘Mejor Alcalde’ de la capital. Ha hecho mejoras por toda la ciudad y en breve inaugurará la conocida como Puerta de Alcalá, que con el paso de los tiempos se convertirá en símbolo de Madrid. La ciudad bulle entre reformas y cierto optimismo rococó.
En la calle Montera, muy cerca de la Puerta del Sol, donde desde los años 90 luce Carlos III a caballo, los Geniani italianos abrieron una tienda de moda que no tardó en convertirse en un punto de referencia de la aristocracia y burguesías madrileñas. Hasta el interior de la tienda nos dirige Luis Paret y Alcázar (Madrid, 1746-1799), pintor, quizás no muy conocido por el público general, pero que en esa mitad del XVIII se convirtió en uno de los pocos artistas españoles que se quedaron seducidos por el rococó francés. Conocido por algunos críticos como el Watteau español, fueron famosos sus cuadros de gabinete para el infante don Luis, hermano menor de Carlos III, y comitente, precisamente, de la obra que nos ocupa.
En el óleo que cuelga en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, se muestra el interior de una tienda. Ante el mostrador una joven con mantilla blanca contempla distraídamente una diadema de encaje que sostiene en las manos. A su lado, el aya sostiene a un niño en brazos y al otro lado, un caballero sentado en un escabel paga al dueño. Otros personajes tras el mostrador parecen curiosear y uno se aúpa para colocar una pieza de tela en un armario.
Sabemos que a esta exclusiva tienda acudió, por ejemplo, José María Álvarez de Toledo y Gonzaga, duque de Medina-Sidonia, para comprar un reloj de oro de repetición esmaltado y guarnecido de brillantes para su prometida, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba, por el que pagó 18.000 reales. En esta tienda, según Nicolás Fernández de Moratín en “El arte de las putas”, se vendían toda clase de objetos, algunos “ilícitos” si se pagan “bien y con secreto”.
Para la mayoría de críticos, se trata, sin duda alguna, como una de las obras maestras de Paret, rebosante de vivacidad, el espíritu de observación de lo cotidiano y el delicado encanto que constituyen lo esencial de su estilo personal. Aunque realizada en óleo, Paret, de quien el Museo del Prado está realizando una exposición monográfica en estos momentos, dota a la escena de una textura casi de pastel propia del gusto afrancesado del momento. Lejos, por ejemplo, de la pincelada contundente y severa de su contemporáneo Goya.
“La tienda de Geniani”, 1772, Luis Paret y Alcázar, óleo sobre tabla 60 x 67,50. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.