Según determinados estudios, los españoles nos hacemos 728 selfies al año de media. Es decir, unos dos autorretratos al día. Parece ser que estamos a la cabeza de Europa en esto de alimentar el ego con los píxeles del móvil y en satisfacer puntualmente las necesidades fotográficas de las numerosas redes sociales. Toda burbuja virtual de filtros, poses y flashes en la que parece que debemos estar dentro si queremos existir.
Nada nuevo respecto al joven que Memling inmortalizó a finales del siglo XV. De haber sido contemporáneo nuestro a buen seguro que hubiera mostrado con orgullo su última adquisición para su colección numismática en Instagram, Facebook o Tik Tok. Hace más de cinco siglos, sin embargo, la manera más rápida de atraer la atención del público y tratar de pasar a la posteridad era contratar a uno de los pintores más afamados del momento y posar para sus pinceles. Una opción claramente más cara que dar a un botón de un móvil, pero no es menos cierto que más de 500 años después, nuestro protagonista sigue sumando ‘me gustas’ y ‘followeres’ a su retrato.
Una vez más, viajamos al norte de Europa, quizás Brujas quizás Amberes… Ya sabemos que en ese paso de la Edad Media al Renacimiento, los territorios hoy conocidos como Bélgica y Países Bajos eran uno de los centros económicos y comerciales más prósperos y dinámicos de Europa. Hasta allí llegó el pintor de origen alemán Hans Memling, que pronto se convirtió en uno de los creadores más solicitados del momento, no en vano se convirtió en uno de los pintores favoritos de Isabel I de Castilla.
En este pequeño cuadro que se exhibe en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes aparece un hombre de tres cuartos, perfilado con el detallismo y minuciosidad propios de la pintura flamenca. Elegante, nuestro joven protagonista, vestido a la moda de la época, mira al espectador abstraído, como con cierto desdén orgulloso consciente que lo importante del retrato no es su figura, sino la moneda que porta en su mano izquierda como si de una joya fuese y que adquiere tanto protagonismo como el hombre.
Se trata de un sestercio romano de la época del emperador Nerón, cuyo busto se distingue perfectamente. Estamos en el Renacimiento y en atención al Humanismo del momento, las elites culturales, económicas y políticas miraban hacia la Antigüedad como signo de erudición. Y entre otras aficiones, se puso de moda coleccionar reliquias, incluidas las monedas de los antiguos griegos y romanos. En la otra mano, el hombre sujeta una rama de laurel, de la que apenas se distinguen unas hojas. Al fondo, aparece un paisaje al atardecer donde se puede ver un lago, cisnes, una palmera, un jinete…
Niccolò di Forzore, Giovanni di Candida… Han sido muchos los nombres con los que se ha intentado identificar al protagonista. Sin embargo, los estudios más recientes parecen estar de acuerdo en que Hans Memling retrató a Bernardo Bembo, un humanista y político veneciano que pasó por Brujas entre 1473 y 1474. Su emblema personal incluía un laurel y una palmera y se sabe que era un gran aficionado a la numismática. Una pasión de la Bernardo Bembo que disfrutaba con orgullo y que Memling supo captar magistralmente.
“Retrato de un hombre con una moneda romana”, de Hans Memling (hacia 1480). Óleo sobre tabla, 31 cm. × 23,2 cm. Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Países Bajos.