Podría ser una mañana en el mercado local. También, una jornada de trabajo cualquier de artesanos y agricultores. Incluso, una procesión ritual que termina con una grandiosa ofrenda al Dios protector. Sin embargo, la escena que nos muestra esta pintura de la tumba del visir Rekhmire (dinastía XVIII) en la pequeña localidad de Gurna, cerca de Tebas (la actual Luxor), es la obligatoria cita que tenían los antiguos egipcios con el pago de impuestos. Nada muy diferente cuando, a no mucho tardar, Hacienda comience a llamar a las puertas de todos los hogares españoles. Ya lo advirtió Benjamin Franklin antes de ser presidente de Estados Unidos: “La muerte y los impuestos son las dos únicas cosas completamente ciertas en la vida”.
A pesar de los 3.500 años que nos separan, entre los contribuyentes del siglo XXI y los que vemos en esta tumba del visir Rekhmire no hay tantas diferencias. Nuestro viaje, por tanto, nos lleva hasta el desierto del Antiguo Egipto. En el trono del gran Imperio del Nilo está Tutmosis III. Es día de pago de tributos. Sigamos a este grupo de artesanos y ganaderos. Aún no circula la moneda, pero eso no les exime de realizar grandes esfuerzos para satisfacer sus obligaciones tributarias. Con el detallismo y naturalismo propio de las pinturas egipcias, descubrimos que anillos, metales, animales, pieles, grano, frutas… son algunas de las ofrendas que realizan mientras que el visir y sus ayudantes supervisan las entregas.
Como primer gran estado centralizado de la Historia, Egipto desarrolló una complejísima red burocrática que se caracterizó por su eficiencia. Obviamente, el pago de impuestos fue uno de los primeros recursos que utilizaron los faraones para el sostenimiento del Estado. De hecho, al principio eran ellos mismos los encargados de la recaudación en un viaje que realizaban por todo Egipto a lo largo del Nilo. Con el desembarco del soberano, los distintos pueblos organizaban las ceremonias de recaudación, denominadas “el recuento del ganado”. Posteriormente, serían los funcionarios, entre ellos, nuestro visir Rekhmire, los responsables del cobro de los impuestos.
Sin entrar en grandes detalles, la cuantía de los tributos dependía del nivel de inundación anual del Nilo, pues su crecida río influía en la cosecha final y, por tanto, en los impuestos que derivaban de la recolección. Para ello, los funcionarios se servían de los nilómetros, unos pozos distribuidos por distintos puntos del cauce, en cuyas paredes quedaba registrada las subidas de las aguas.
Y como si la historia se repitiera civilización tras civilización, el fraude y el engaño también existían en el viejo Egipto. Las pequeñas estafas por parte de los funcionarios eran corrientes. Por ejemplo, tasaban cantidades usando pesos trucados, y con el simple redondeo de las cantidades, el contable podía obtener un interesante sobresueldo sin llamar la atención. Muchas de estas trampas demuestran que en pleno siglo XXI tampoco hemos descubierto la sal…
El intento de evasión de impuestos tampoco es nuevo, y en muchos casos se hacía por necesidad, pues “birlar” un simple saco de grano podría suponer la supervivencia de una familia. Sin embargo, en el país de los Faraones estas trampas estaban castigadas con la tortura o la muerte.
En la mastaba del visir Mereruka en Sakkara, de la dinastía VI (2324-2160 a. C), se muestra un relieve de recaudación de impuestos en nombre del faraón Teti. Los escribas toman nota de las declaraciones que realizan los campesinos, quienes aparecen arrodillados mientras los sujetan unos funcionarios armados con varas. Al fondo de la imagen se ve, incluso, a un campesino más tozudo o mentiroso que el resto, atado a un poste, mientras recibe una ración de palos. No sabemos si ha mentido o que se resiste a confesar el valor real de su cosecha. Por si acaso, dejemos trabajar a los funcionarios y volvamos a nuestro siglo XXI, donde, pese a todo, la historia en algo sí parece que ha prosperado…