Duerme profundo, pero que tu sueño no olvide que el tiempo nunca se detiene y que en su corriente todo, absolutamente todo, desaparece (“Eternamente hiere, vuela rápido y mata”, dice el ángel de tu sueño en la filacteria). Nada de lo que te rodea: tus joyas, tus dineros, tus posesiones… permanecerán a tu lado cuando el reloj que a todos nos gobierna se detenga y tú te detengas con sus manecillas. En tú última morada todo te sobrará. Que tu vanidad no te condene.
Como en otras ocasiones, entramos en silencio. En una habitación de espacio indefinido, un caballero, ricamente vestido según la moda de la época, se ha quedado dormido en su sofá junto a una mesa en la que hay un amplio repertorio de ricos objetos que forman parte de su patrimonio.
Visitamos, esta vez, una de las vanitas más conocidas del barroco español. Se trata de “El sueño del caballero”, del pintor Antonio Pereda (Valladolid, 1611-Madrid, 1678), uno de los máximos representantes de este género pictórico que gozó de gran fama en el diecisiete español. Se trata de composiciones que entremezclan el realismo propio de los bodegones y el valor moralizante y alegórico de los múltiples objetos representados. Con ello, los creadores de estas pinturas lanzaban una llamada de atención para recordar, a todo aquel que se quisiera dar por enterado, que los bienes materiales son todos pasajeros. Un mensaje que triunfó en el convulso barroco patrio, pero que bien se podría aplicar a nuestro siglo XXI.
En este óleo que cuelga del Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, vemos junto a nuestro protagonista todo un catálogo de objetos sobre una mesa con ese doble valor simbólico que ya hemos mencionado: La calavera, como alusión a la muerte; los naipes, en referencia a lo cambiante del juego y el azar; las flores que, como la vida, se marchitan; la vela humeante situada entre las calaveras, símbolo de la condición fugaz y transitoria de la vida. Similar condición de temporalidad tienen otros objetos representativos de la riqueza, como las monedas y las joyas; del poder político, como la corona de laurel, la armadura, la pistola, la corona y el cetro; del poder religioso, como la mitra y la tiara papal; del amor, como el retrato miniatura de una dama; y de los placeres asociados a la música, a la literatura, al saber y al teatro, representados mediante partituras, libros y una máscara.
Y todo ello, presidido por un reloj bien visible por el espectador, para recordar insistentemente el paso del tiempo. En este mismo sentido aparece la figura central de la composición, un bellísimo ángel que porta una cartela en latín, en la que insiste, como hemos visto al inicio, en la fugacidad del tiempo. En el completo bodegón que preside la escena, Pereda demuestra su gran talento en captar las calidades y cualidades materiales de los objetos. Especialmente interesante es el rico tejido del traje, donde dominan los colores negros y dorados, captando perfectamente su brillo y textura.
En el catálogo de Antonio Pereda, hijo de un modesto pintor de tercera fila, las vanitas son un referente fundamental. De hecho, este Sueño del Caballero tiene un lenguaje y un estilo muy cercano a otras dos vanitas del autor, y no cabe duda de que influyeron en las famosas Postrimerías pintadas en 1672 por Valdés Leal.
Toda la fortuna que no disfrutó su padre, la gozó Antonio Pereda, pues, a pesar de quedar huérfano a los once años, cuando viajó a Madrid no tardó en encontrar acomodo entre los nobles de la época y su obra tuvo desde el inicio un gran prestigio. De hecho, esta obra formó parte de la colección particular de Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, y en 1813 viajó a París para formar parte del Museo Napoleón. Finalmente regresó a España donde desde hace casi cuatro siglos nos recuerda que en esta vida pasajera no siempre el más rico es el que más tiene… Lo que no sabemos si nuestro protagonista cuando despertó (si es caso que llegara a despertar) se dio por enterado.
“El sueño del caballero”, Antonio Pereda (1650), Museo de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), 152 x 217 cm. Óleo sobre lienzo.