No parece muy tarde, quizás no haya ni siquiera anochecido, pero las tiendas han echado el cierre y no se ve un alma en la calle. Pocas imágenes son tan inquietantes como un rincón del corazón de Madrid sin gente, sin ruido… en ausencia. Quien conozca y haya caminado por el centro de la capital sabe que es casi imposible pasear por la calle Mayor, a pocos metros de la Puerta del Sol y a unos peldaños de escalera de la Plaza Mayor, sin cruzarte con más viandantes y sin sentir el latir de la vida en cada adoquín de la acera…
… Y sin embargo, en este óleo de Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, 1930 – Madrid, 2011) de 1989 hay algo tristemente cercano. En pleno siglo XXI hemos visto, efectivamente, los negocios cerrados y las calles vacías en Madrid y en el resto del planeta. Las sombras de “pobreza, luto y hambre” con las que pintó Amalia después de la posguerra, según ella misma reconoció, son ahora las garras de una pandemia mundial. “Amalia Avia es la pintura de las ausencias, la amarga cronista del ‘por aquí pasó la vida’ marcando su amargura e inevitable huella de dolor”, escribió sobre nuestra artista el Nobel Camilo José Cela.
Nacida en un pequeño pueblo toledano, de niña se mudó a Madrid con su familia, donde muy pronto destacó por su talento para la pintura. En la capital formará parte del grupo conocido como Realistas de Madrid del que formaron partes artistas como Antonio López, Julio López, Isabel Quintanilla, Carmen Laffón… En Madrid también conocería al pintor abstracto Lucio Muñoz con el que se casó en 1960.
Sin un estilo hiperrealista, Amalia Avia se fija en las calles, los muros, las fachadas marcadas por el paso del tiempo… bajo el tamiz de una mirada personal que, aunque en silencio, quiere reflejar “la huella de lo humano y de las vidas anónimas”, tal y como ella subrayó. De esta manera, se convierte, y así será recordada, en una de las mejores retratistas de la capital. En total, se calcula que pudo realizar más de 2.000 cuadros.
Y entre mercerías, ferreterías, librerías y un largo etcétera, Amalia Avia también detuvo su mirada en el mercado de las monedas y los sellos, indispensable para completar la descripción del alma de Madrid. Los escaparates de las muchas numismáticas que rondan por la calle Mayor y alrededores se convierten en imanes para aficionados y curiosos a los que es muy difícil no detenerse y ojear algunas de las piezas que se exponen al otro lado del cristal.
Y no se puede entender el comercio numismático sin el mercadillo que todos los domingos se celebra en la cercana Plaza Mayor a la sombra de la escultura ecuestre de Felipe III. Con casi un siglo de historia, se ha convertido ya en una institución de la capital y uno de los referentes de los amantes de la filatelia y la numismática. Como en el lienzo de Amalia Avia, este mercadillo también paró su reloj por culpa del coronavirus. Pero desde hace un par de meses volvió a organizarse ya no en los soportales de la Plaza, sino en el centro de la misma, para tener una mayor amplitud.
Tras la crónica de un año y medio en colores oscuros, como los cuadros de Amalia Avia, Madrid, España, el Mundo va recuperando el pulso de una vida congelada, y quizás, ahora que se empieza a ver la luz y el color otro vez, es el momento de volver la mirada, como hacía nuestra pintora, a esos rincones, esos lugares, esas tradiciones que siempre han estado ahí pero que poco a poco han ido perdiendo el foco de nuestro interés. No es melancolía, sino el impulso para mirar con más fuerza al futuro que está cada vez más cerca.
“Filatelia FINARTE”, 1989. Óleo sobre tabla. 72×90 cm. Colección particular