Hace unas pocas semanas tuvimos la oportunidad de comprobar en Crónica Numismática hasta qué punto unas fronteras mal trazadas en el mapa de un billete pueden afectar las relaciones entre los países afectados. La emisión por parte de Arabia Saudí de un nuevo billete de 20 riales conmemorativo de la cumbre del G-20 el año pasado provocó en octubre una airada reacción del gobierno indio, dado que de forma bastante explícita reflejaba en el mapamundi de su reverso un estado cachemir independiente de India y Pakistán, países que han protagonizado enfrentamientos militares en el pasado por el control de este territorio de mayoría musulmana. La respuesta saudí ha sido escueta hasta la fecha, no obstante las últimas noticias relacionadas con este desafortunado incidente indican la pronta cancelación de la emisión del billete así como su retirada de la circulación.
No queda claro de momento si el diseño del reverso del billete saudí pretendía ofender de forma consciente a las autoridades indias, pero en cualquier caso ejemplifica una serie de actitudes que, pese al imparable proceso de globalización, siguen hoy día muy vigentes. Más o menos desde que el concepto de estado-nación fuera consagrado como la forma básica de organización jurídico-política de los estados modernos, allá por la Paz de Westfalia de 1648, las fronteras y sus posibles cambios han sido una verdadera obsesión para gobiernos, diplomáticos y organismos internacionales. El establecimiento de un territorio bien definido, y el respeto a su integridad, se convirtió en uno de los criterios de garantía de paz entre los países, lo que equivalía a riesgo de guerra si estos principios se quebraban. No es extraño que solo a partir de este momento los mapas comiencen a reflejar de forma clara los límites territoriales de los estados.
La preocupación por las fronteras creció durante el siglo XIX, con el auge de un nacionalismo que dio lugar tanto a diferentes procesos de independencia (afectando la estabilidad de antiguos grandes imperios como el otomano o el austriaco) como de unificación de nuevos países, muy notablemente Italia y Alemania, convertidos en actores decisivos en este nuevo escenario. Durante la primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales provocaron cambios constantes en las fronteras europeas, solo estabilizadas una vez las potencias del Eje fueron derrotadas (para hacernos una idea, un residente en Estrasburgo pudo cambiar de nacionalidad cuatro veces en su vida). Aún a día de hoy, en un mundo globalizado en el que los países deberían tender a abrirse al exterior en lugar de mirar constantemente su ombligo, la integridad territorial sigue siendo un asunto prioritario para cualquier estado que pretenda hacerse respetar y mantener una buena reputación. Un anuncio de 2008 de una conocida marca de bebidas de alta graduación que mostraba un mapa de Norteamérica antes de 1848, con un México que ocupaba la práctica totalidad del oeste de los actuales Estados Unidos, causó tal ola de indignación que tuvo que ser retirado de forma prácticamente inmediata.
Precisamente fue otra guerra, la de 1848, la que llevó a México a perder nada menos que la mitad de su territorio frente a su vecino del norte, un acontecimiento que enrareció las relaciones entre ambos países de forma permanente. Las fronteras no son por tanto un tema para tomar a broma, algo que también pudimos comprobar en nuestro entorno europeo hace poco más de 20 años.
En 1997 Italia lanzó su nueva moneda de 1.000 liras, destinada a sustituir al billete de la misma denominación, en un formato muy similar al de las cercanas monedas de euro: bimetálica, con núcleo de cuproníquel y exterior de una aleación de bronce y aluminio. La nueva pieza pretendía rendir homenaje a la Unión Europea en su 40 aniversario, en aquel momento formada exclusivamente por países de Europa Occidental (excepto Grecia) con un mapa un tanto estilizado y ambiguo. Tras una especie de cortina que se abre, aparece un continente europeo con unas fronteras que no concordaban con la realidad del momento, pero se hacían especialmente visibles en la región centroeuropea.
Si observamos con atención, las fronteras en Escandinavia, la Península Ibérica, Suiza, Italia y Grecia parecen bastante correctas, pero aquí terminarían las similitudes. Austria se asemeja vagamente, Luxemburgo desaparece por completo, y Holanda y Dinamarca se funden con Alemania. Esto último, por sí solo, podría haber sido motivo de escándalo, pero lo que más llamó la atención fue la frontera oriental alemana, que seguía de forma bastante exacta la que separaba las antiguas República Federal y República Democrática hasta 1990, siete años antes de la emisión de esta moneda.
El proceso de reunificación alemana tuvo un impacto político y económico considerable, en tanto en cuanto marcaba el principio del fin del orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial. La existencia de dos Alemanias simbolizaba a la perfección el establecimiento de dos modelos socio-económicos antagónicos, la tensión entre las superpotencias durante la Guerra Fría y la construcción de un telón de acero (de cemento en el caso de Berlín) que, en palabras de Churchill, “había caído desde Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático“. Y para los alemanes en particular constituía un recordatorio de su derrota en las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX. El Reich surgido de la unificación en 1871 quedaba reducido a la mínima expresión, y tutelado en gran medida por las potencias vencedoras.
Pues bien, era toda una paradoja que un mapa caracterizado por su inexactitud y que trataba de ensalzar el proyecto europeo reflejara de forma explícita unas fronteras que los alemanes habían dejado felizmente atrás. No está muy claro qué tenían en mente los responsables del diseño cuando lanzaron esta moneda; si especulamos un poco, podríamos pensar que pretendían homenajear de forma específica a los seis países fundadores de la Comunidad Económica Europea de 1957, entre los que destacaba Alemania Occidental. Sin embargo, la “desaparición” de otros dos miembros fundadores como Holanda y Luxemburgo desmentiría esta explicación, dejando únicamente como posible la hipótesis del simple descuido. Al fin y al cabo, se trataba de fronteras que habían cambiado solo unos pocos antes, y en aquel momento quedaban muchos mapas que seguían reflejando las anteriores a 1990.
Así pues, y con el fin de no herir sensibilidades de forma innecesaria, el Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato de Italia (Casa de la Moneda italiana), Ceca de Roma, corrigió el cuño al año siguiente mostrando un mapa de la Unión Europea actualizado con fronteras más ajustadas a la realidad. No obstante, se trató de una corrección tardía, ya que 180 millones de piezas de 1997 ya estaban circulando en ese momento, con lo que ambas monedas convivieron en similares cantidades. Para los coleccionistas fue en todo caso una buena noticia, ya que hoy en día es posible adquirir cualquiera de las dos monedas por un precio muy razonable.
Las fronteras, pese a garantizar el orden y la coexistencia pacífica en las relaciones internacionales, pueden ser también fuente de conflictos y problemas. Muchos de estos conflictos tienden a perpetuarse como el citado caso de Cachemira (ahora dividida de forma salomónica entre indios y paquistaníes, pero en permanente tensión) o los litigios y reclamaciones todavía existentes entre diversos países sudamericanos. En algunos casos, las consecuencias de los desacuerdos fronterizos pueden convertirse en tragedia como en la antigua Yugoslavia, las dos Coreas, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur…que ojalá fueran cuestiones tan sencillas de resolver como un anverso de moneda o billete desafortunado.
Referencias
https://coleccionismodemonedas.com/monedas-detalle-unicas/
http://www.error-ref.com/conceptualdesignflawinaccuratedesign/